NUESTRA MEMORIA Y NUESTRO PESAR D.E.P

Gracias Miguel Lázaro, Presidente de CESM Baleares, turolense, por compartir estos sentimientos.

Y nuestro dolor, nuestra pena y nuestra indignación. Así esta nuestra música límbica. Todo mezclado en un caleidoscopio emocional que es el magma de nuestro duelo individual y colectivo. Nos duelen los cojones y los ovarios del alma por la muerte por coronavirus de nuestros colegas. Por eso, para empezar a elaborar el duelo individual y colectivo que tenemos, hay que aceptar este baño de la verdad, es decir, la dureza sobrecogedora de los datos. Este es el mejor homenaje que les podemos hacer a ellos, a sus familias, al colectivo médico y al personal sanitario. De nuevo se impone lo obvio; la realidad hay que consumirla y no hay que maquillarla ni intentar blanquearla como pretenden con sus relatos algunos seudolíderes políticos. ¡Qué triste, patético y vergonzoso la sobreexposición por tierra, mar y aire de algunos de ellos, en relatos des-culpabilizadores que les eximan o atenúen sus responsabilidades futuras! Queremos olvidar, aunque es difícil, las ruines y perversas manifestaciones de algunos seudoconsejeros de Salud, instalados en la moqueta del ático, sobre el origen del demoledor porcentaje de entre un 20 y un 40% del personal sanitario infectado.

Vayamos con la insoportable soledad de los datos, desde que empezó la pandemia y el personal sanitario ocupó las trincheras para intentar contenerlo.

Los números son como una gota malaya, como un episodio de acúfenos agudo que machaca nuestra endolinfa en un sonido zumbante y difícilmente soportable que inunda nuestro cerebro en cada minuto del día.

Hablamos de 166.019 infectados. 16.972 muertos. 62.391 recuperados. 25.000 de esos infectados son personal sanitario. De ellos, alrededor de tres docenas han fallecido. Hasta ayer 23 médicos en activo muertos por el coronavirus, por arriesgar su vida por sus pacientes y probablemente por enfrentarse a la letalidad de la Covid 19 con la banalidad de los “escudos” protectores. A pecho descubierto. ¿Hay algún testimonio mayor de generosidad y de ejemplaridad?

Siempre seremos acreedores eternos con ellos. Y tenemos suerte, porque lo trágico es que podían ser muchos más.

Mas que nunca, hay que nombrarlos para que ocupen un sitio en nuestra memoria personal y colectiva. Desde el 18 de marzo -y todavía no sabemos cuándo acabará-, los médicos fallecidos se llamaban, según los datos de la OMC: Francesc Collado, José Manuel Sánchez, Isabel Esther Muñoz, Manuel Barragán, Santos Julián González, Sara Bravo, Antonio Feixa, Jesús Montarroso, Albert Coll, José Ramon Izquierdo, Carlos Torres, Antonio Gutiérrez, Luis Menéndez, Nerio Aquiles Valarino, Eliecer Martina López, Luis Antonio Pérez, Juan Antonio Mingorance, Carlos de Aragón, Vicente Sánchez, Luis Fernando Mateos, Isabel Satue, Gemma Simal, José Espinosa y el maño José Luis Sanmartín. Desde los 28 años de Sara, manchega ella hasta los 80 años y en activo del cirujano catalán José Manuel.

El colectivo médico ha sido la categoría más “castigada” y no hay amnesia humana que olvide el rastro de 22 lápidas de médicos en activo fallecidos, ni para sus sepelios sin la despedida deseada, preñados de la soledad de sus familiares. Nuestras más profundas condolencias. Tenemos la obligación moral de recordarlos y de homenajearlos, siempre. La mayor parte eran médicos de la abnegada y extraordinaria Atención Primaria. Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos.

Pero también estamos moralmente obligados -y es pertinente que nos interroguemos- por una serie de cuestiones: ¿qué motiva a un médico a arriesgar su vida en el desempeño de su profesión? ¿Qué sentido tiene para él, el acto médico de atender a sus pacientes antes que a su propia seguridad? Está claro; los médicos no son héroes, pero se comportan como personas imbuidas por un gran compromiso empático y alto nivel de responsabilidad vocacional. No solo tienen conocimientos técnicos y habilidades, sino que se mueven por el imperativo ético. Como decía Friedrich Nietzsche “el que tiene un porqué es capaz de soportar cualquier cómo”. Ese ‘porqué’ está integrado en el ADN de la profesión médica desde tiempo inmemorial. Ya estaba escrito en el código de Hammurabi y después en el juramento hipocrático: la relación médico-paciente es el eje de la profesión médica, que hoy con esta pandemia emerge y se reactualiza de nuevo como el GPS de nuestro quehacer profesional. Ciencia y con-ciencia.

Ahora bien, el virus es el medio, pero ¿hubieran fallecido estos médicos si hubieran tenido medios de protección adecuados? ¿Fue determinante la vulnerabilidad e indefensión a la que estaban sometidos los colegas fallecidos? ¿A quién correspondía habérselo proporcionado? ¿Se hizo un cribado adecuado a todos los profesionales fallecidos para detectar si eran Covid positivos? Bien, al virus no se le puede controlar, dada su letalidad, pero exponerse a él sin el escudo pertinente fue y es un gran riesgo.

Algunas respuestas para los anteriores interrogantes se pueden rastrear, ya que ahí está la hemeroteca, de las recurrentes denuncias y reivindicaciones del Foro de la Profesión Médica y de todos los sindicatos médicos y de clase autonómicos. Se comprende que los políticos y los voceros que suben al púlpito no tienen por qué saberlo todo, pero tuvieron datos para no subestimarlo e iniciar una planificación precoz. No toleraron la incertidumbre y lanzaron soflamas anestésicas. De aquellos barros, probablemente vinieron estos lodos. El colectivo médico considera, mayoritariamente, que en España se han hecho y se siguen haciendo protocolos basados en la medicina basada a su vez en las in-existencias (de medios) y no en las evidencias. Los médicos y el resto del personal sanitario seguirán currando y antepondrán los pacientes a su propia seguridad, puesto que su compromiso es con ellos, pero exigimos y reivindicamos los medios que nos protejan y esa es la res-ponsabilidad legal y moral de las administraciones. Tests masivos (PCR y Anticuerpos) y medios suficientes, eso les exigimos. Les pediremos cuentas y deberán rendir cuentas. En eso consiste el chip democrático.

Los 22 médicos fallecidos son el paradigma de estos valores y son el testimonio extremo de la ética profesional, de ahí que se merezcan nuestro homenaje. Y no me quiero olvidar de los llamados profesionales “esencialistas” muertos en servicio a los ciudadanos, ni de los profesionales de otras categorías del personal sanitario fallecidos ni de sus familias. Ni por supuesto de los que siguen estando ahí y que son los responsables de los 62.391 recuperados hasta ahora. Nuestra memoria y mi agradecimiento por vuestra empatía sin fin. DEP.

El personal sanitario y no sanitario fallecido en acto de servicio debería de ser condecorado con la Orden del Mérito Civil o la Real Orden de Isabel la Católica.

Creo que el Foro de la Profesión Médica a instancias de la CESM debería de proponer la candidatura del Premio príncipe de Asturias para todo el personal sanitario y no sanitario. Se lo merecen y estoy seguro de que la ciudadanía (gracias por esos aplausos de agradecimiento que son inyecciones de moral diarias), lo apoyaría masivamente.

Ya saben, aquí y ahora en derrota transitoria pero NUNCA EN DOMA.

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